El mundo tira mil millones de platos de comida al día mientras millones padecen hambre

Cada día, en un planeta donde una de cada once personas padece hambre, se desperdician más de mil millones de platos de comida. Una contradicción dolorosa que refleja la urgencia de replantear nuestros sistemas de producción y consumo de alimentos. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), las pérdidas y el desperdicio generan entre el 8 y el 10 por ciento de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero, al mismo tiempo que privan de sustento a millones.
El desperdicio de alimentos ocurre en distintas etapas de la cadena de valor: desde la cosecha hasta los hogares. En 2021 se perdió un 13 por ciento de los alimentos tras la cosecha y antes de llegar a los minoristas. Un año después, en 2022, el desperdicio en hogares, comercios y servicios de alimentación representó el 19 por ciento de lo producido. En términos prácticos, los hogares desperdician más de 1,000 millones de comidas al día, el equivalente a 1.3 comidas diarias para cada persona que pasa hambre en el mundo.
Para visibilizar esta problemática, la Asamblea General de la ONU instauró el 19 de diciembre de 2019 el Día Internacional de Concienciación sobre la Pérdida y el Desperdicio de Alimentos, celebrado por primera vez en 2020 en plena pandemia de COVID-19. Desde entonces, FAO y ONU Medio Ambiente han encabezado los esfuerzos globales para promover acciones colectivas que reduzcan las pérdidas y concienticen a la ciudadanía sobre el impacto de hábitos de consumo poco responsables.
El desperdicio alimentario no solo afecta a quienes padecen hambre, también supone un derroche de recursos vitales. Cada vez que se tira comida, se desaprovechan el agua, la tierra, la energía y la mano de obra empleadas en producirla. Además, su eliminación en forma de basura genera gases de efecto invernadero, agravando la crisis climática.
Frente a ello, el Objetivo de Desarrollo Sostenible número 12 plantea una meta clara: reducir a la mitad el desperdicio de alimentos per cápita a nivel mundial en los niveles minoristas y de consumo, así como disminuir las pérdidas a lo largo de la cadena de producción para 2030. Lograrlo no solo contribuiría a la seguridad alimentaria, también protegería la biodiversidad, reduciría la contaminación y promovería sistemas agroalimentarios más sostenibles.
A nivel individual, cada persona puede sumar esfuerzos con acciones simples: comprar solo lo necesario, aprovechar sobras, almacenar adecuadamente los alimentos, adoptar dietas más saludables y sostenibles, e incluso elegir frutas y verduras “imperfectas” que de otro modo terminarían en la basura. A nivel estructural, la innovación y la economía circular ofrecen soluciones que, además de reducir pérdidas, pueden generar empleo y beneficios económicos.
Hoy, cuando casi 2,330 millones de personas sufren inseguridad alimentaria moderada o grave, resulta impostergable transformar la forma en que producimos y consumimos. Desperdiciar menos y comer mejor es una necesidad que involucra tanto a gobiernos y empresas como a cada hogar. La lucha contra el hambre y la crisis climática pasa también por nuestra mesa.