Cómo mantenerse sano durante el otoño y el invierno

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Cada año, con la llegada del otoño y el invierno, se multiplican los casos de resfriados y gripe. La creencia popular suele culpar al frío, pero la ciencia muestra que el verdadero origen de estas enfermedades está en otros factores: los virus y las condiciones que favorecen su propagación.

Desde hace décadas se sabe que el frío en sí mismo no es responsable de enfermarnos. Un estudio publicado en 1968 en The New England Journal of Medicine demostró que personas expuestas a bajas temperaturas, incluso con ropa mojada, no se contagiaban más que aquellas que permanecieron en ambientes cálidos, siempre que el virus no estuviera presente. Esto confirma que no son los pies fríos los que provocan un resfriado, sino el contacto con partículas virales.

La explicación de por qué enfermamos más en invierno está en nuestros hábitos. Durante estas estaciones pasamos más tiempo en interiores mal ventilados, donde el aire se estanca y se acumulan los virus. Investigaciones recientes muestran que algo tan simple como abrir una ventana puede reducir significativamente la exposición. En cambio, el uso de sistemas de aire acondicionado que reciclan el aire sin renovarlo aumenta los riesgos.

Otro factor clave es la humedad. En invierno, la calefacción reseca los ambientes y debilita las mucosas nasales, nuestra primera línea de defensa contra virus y bacterias. El aire seco favorece la irritación respiratoria y facilita la entrada de patógenos. Por ello, mantener una humedad equilibrada en casa puede ser tan importante como abrigarse bien.

Salir al aire libre, incluso en días fríos, es más saludable de lo que se piensa. El aire exterior diluye rápidamente los virus y reduce el riesgo de contagio, mientras que permanecer en espacios cerrados aumenta la exposición.

La dieta también juega un papel fundamental en el fortalecimiento del sistema inmunitario. Nutrientes como la vitamina C (presente en cítricos, kiwi o col), la vitamina D (pescado azul, huevos y alimentos enriquecidos), el zinc y el hierro (legumbres, semillas y carne magra) son esenciales para mantener nuestras defensas en buen estado. Además, los probióticos y la fibra de alimentos como el yogur, el kéfir o las verduras fermentadas fortalecen la microbiota intestinal, clave en la respuesta inmunitaria.

La evidencia científica es clara: no es el frío lo que nos enferma, sino los ambientes cerrados, secos y poco ventilados. Con una buena ventilación, el aire libre, la humedad adecuada y una dieta equilibrada, el otoño y el invierno pueden disfrutarse en plena forma y sin temor a los resfriados.

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